lunes, 11 de mayo de 2015

Alcoholismo.

Esa palabra es chistosa aunque también trágica ¿Somos realmente alcohólicos? Unos quedándose dormidos, otros vomitando, otros perdiendo la memoria, perdiendo dientes, piel, datos de computador, dignidad, metas, días de recuperación, el sucio dinero, pero también ganando historias que no serían posibles sin ese requisito de estupidez semanal, relaciones improbables sin esa necesaria autoconfianza y ridícula valentía, disfrutes de humillaciones ajenas y ofensas a la moral y las buenas costumbres.

El alcohol destilado dejó de gustarme y dejé de obligarme a que me guste porque realmente es una mierda, es ataoso y hay que andar con hielo. Chela y vino son mis patrones. Aun me siento zorrón por decirle chela y no pilsener o cerveza. Pero bueno. La emoción y sentimiento de que todo está bien, de que estoy con las únicas personas que me aceptan (no la apoyan) completamente en mis locuras momentáneas y en todos mis estados posibles y por haber, están ahí, no se las puedo ni explicar.

Lamento ser un imbécil y de vez en cuando en vez preguntar, cómo te sentiste o qué ocurrió en detalles, a veces contesto mal diciendo qué cosa parecida me ha pasado... lo siento en verdad. Es totalmente inefable el amor que les tengo, que roza lo gay pues la conexión es tan pura sin el contacto físico (que acorta muchos caminos) además de "abrazos masculinos". Me gustaría que hiciéramos más que simplemente fortalecer nuestros lazos mutuamente... podríamos mostrarle al mundo de lo que somos capaces. Pero bueno, después de estudiar.

El alcoholismo es una cárcel pero también es sentirse libre. Estúpidamente libres poniendo en peligro nuestra vida en este mundo de mierda. Regalándonos a la posible maldad, pero gozando y quitándole minutos a la responsabilidad, a las formas correctas de comportamiento, a las convenciones sociales, o eso sentimos al menos, porque en realidad hasta estar borracho, golpear a alguien, destruir propaganda, ser un jote de mierda, todo, está tipificado en la ley, en el imaginario y en verdad te sientes loco por bailar curado, pero en realidad es una estupidez pensada, normal, que no revoluciona nada más que nuestras hormonas.

Cuando me siento exactamente como ahora, a punto de hacer clases, a punto de ponerme la máscara de persona seria que le importa realmente lo que vamos a hablar en clases con los "niñitos", realmente me siento como si estuviera a punto de emborracharme como siempre. 

La rutina es terrible. Pero la rutina es aun peor cuando se repite con grupos de gente ¿Quién soy para ellos? ¿Quiénes son para mí? ¿Por qué estoy haciendo esto, parándome acá, haciendo clases de contenidos con los que no estoy ni someramente de acuerdo ideológicamente ni menos humanamente? ¿Por el dinero? ¿Me gusta? ¿No me gusta? 

Sinceramente es como dejarme llevar por el primer litro de cerveza, una vez que empiezo, no puedo ni siquiera detenerme a pensar en el por qué sigo, o por qué no me detengo. Es una enajenación ensordecedora, que no atiende a razones, solo a mi instinto humano de no detenerme. Me encanta hablar, me encanta ver sus caras de sorpresas, me encanta ver cómo se sorprenden, se sitúan en el mundo, comienzan a criticar y se dan cuenta que ellos mismos construyen así que pueden ser hijos de puta o altruistas, lo tienen en sus manos y se dan cuenta de su poder. 

Odio encasillarlos, odio poner observaciones y por eso nunca lo hago, odio tener que levantar la voz, mirarlos fijamente, hacerlos responsables por algo que me conviene (seguir la clase, no perder el ritmo) pasándolos a llevar por el simple hecho de que yo soy más grande o tengo un título profesional. No me da ni un puto Derecho. Pero lo peor, estoy cayendo en la institucionalización, pensando como la institución, pues a veces pienso que sí lo necesitan, sino serán futuros psicópatas violentos y mentirosos, egoístas pululando por el mundo y mediocres que ni siquiera saben qué es el esfuerzo y la gratificación de ser responsables ¿Sino lo aprenden ahora, cuándo? 

Ven... hago juicios proyectivos como el más estúpido de los estúpidos profesores. Quizás les tenga rencor por ser cuicos. Quizás les tenga envidia por ser jóvenes e inocentes. Quizás les tengo amor y solo deseo lo mejor para ellos, aunque pase a llevar sus primeros instintos. Quizás solo soy un profesorucho más que se siente diferente por ser más joven que los demás, por no tener la intención de tener hijos y por no autoconvencerme como todos los profesoruchos que este trabajo es el mejor del mundo. Egocéntricos. 

Cuando me siento en el fin del mundo y que nada tiene sentido, simplemente podría renunciar e irme a morir de hambre sin ningún problema. Por eso a veces la familia es detestable, te oprime, te encamina, te ata a un destino poderosamente protocolar. No me voy a ir hasta invitarlos a isla de Pascua, ojalá me vaya luego, es terriblemente fome seguir viviendo con padres.