domingo, 10 de agosto de 2014

Crecer y vivir. No sé que es eso.

O mejor dicho, las ganas de que otras personas sientan cosas por mí. Sentimientos y emociones únicas, irrepetibles, esos amores y palabras que creemos que jamás vamos a poder vivirlas ni pronunciarlas nuevamente con nadie más. Locuras y violencia divertida. Abrazos y besos dolorosos, con llanto, con el pene parado, con nervios, controlados y sorpresivos. Tocatas y canciones gritadas, canciones miradas a los ojos, tomadas de la mano, con abrazos fraternales. Paseos y caminos tan escondidos que jamás los podría recorrer nuevamente.

Todas esas situaciones y emociones me gustaría tenerlas siempre, como un reproductor, pues lo peor es que he tenido razón, jamás podré vivirlas nuevamente, todos esos presentimientos que antes creía pesimistas, son la dura realidad. Mis amigos de la infancia ya no están, mis abuelos tampoco, mi niñez, mi inexperiencia, mis primeras veces, mis nervios, mis ex pololas, mis ex andantes, mis expectativas optimistas, mi sinceridad, se fueron, se esfumaron.

La edad, las personas y yo mismo, me demuestran que la vida no es mágica ni nos dará oportunidades de cerrar ciclos o de darnos reencuentros con nadie. Me declaran abiertamente que los lazos no son irrompibles, ni duraderos, ni mucho menos únicos, que nuestras acciones y entrega poco a poco van quedando relegados en los cajones más recónditos de los corazones y mentes ajenas con las que compartimos, que la anécdota será la mejor palabra para definirme y la comparación con el presente la mejor forma de olvidarme.

Lugares y conexiones de sinceridad, secretos que jamás volverán a ser emitidos con nadie en el mundo, se perderán en los corazones de personas que nunca más volveré a ver. Palabras, cartas y regalos en el que puse o valoré cuando los recibí toda creatividad y profundidad, jamás volverán a ser construidos. Nunca con las mismas intenciones, nunca para la misma persona, nunca con la misma intensidad ni proyección.

Muchas veces me sorprendo deseando volver a mis 11 años pero con esta mentalidad. Esos años en cuando por fin empecé a ser más consciente, repensaba lo que me sucedía y lo escribía en un diario de vida, cuando seguía mis sentimientos y era una persona natural, que no reprimía su flojera ni sus vicios, y aceptaba  sus placeres y la vida como una pequeña injusticia sin culpas dolorosas ni recriminaciones de pusilánimes. En el que podría subsanar todos los errores que cometería de ahí adelante, todos los desamores que provocaría y me auto provocaría, todas las ofensas a mis amigos y familiares, edad en que las decisiones aun definirían por completo mi vida, sin etiquetas ni arrepentimientos constantes.

Es que obrar y decidir bien en este mundo me es tan difícil, que caigo muchas veces en la inacción. El obligar  a "darse cuenta" a personas, el violentar-incomodar con el discurso o el tomar una posición de mesías salvador por el otro, ya no es un rol que me acomoda; casi base de mi trabajo político anterior. El mentir, el enseñar, el decir la verdad, nada me parece bien dentro de esta mierda de pensamiento de asumir todas las subjetividades. La moral y la ética me confunden, así como también las leyes y mi rol de profesor. Como que nada ni nadie tiene razón y ni una sola respuesta absolutamente en todo, y eso me perturba.

Nada está bien ni estuvo bien desde esa edad en adelante. Todo está a medias. Todo está roto. Nada es especial ni completamente nuevo. Nadie me dice qué quiere o siente realmente. Nunca entiendo a nadie. Siempre deseo que me recuerden y me valoren y contadas veces hago algo que realmente valga la pena por alguien. Todos mis amigos y mi familia podríamos ser mejores y más activas personas. Nunca estoy conforme con lo que he sido y hecho ni tampoco con lo que hago y soy. Siempre me encantaría estar con gente que ya no está. Nunca puedo ser tan autobiográfico y escribir sobre quién detalladamente estoy escribiendo. Y nunca paro de conocerme a mí mismo.

Maniqueísmos que podrían seguir sin fin que se me repiten constantemente y que demuestran que poco a poco, me estoy conformando con una felicidad repetida, usada, vieja, aceptada por el sistema neoliberal, masticada por mi falta de voluntad y vomitada por mi declaración en la práctica que me he rendido de recuperar personas y de cambiar las cosas.

Ya no sé qué es conocer gente, ya no sé qué quiere la gente nueva que conozco ni que quiero yo con ellas. Es tan difícil saber qué es verdad, qué es manipulación, qué es mentira y qué es un proceso natural entre personas que se hablan y se conocen. Estoy en un mundo en el que entiendo porqués pero no puedo interceder en ninguno trascendente. Estoy en el limbo de la revolución emancipadora y el nihilismo, entre el amor y la trascendencia o el hedonismo. Estoy feliz sin ser lo que me gustaría ser. Y eso me molesta. No saben cuánto me molesta. Quizás es que soy falto de madurez y tengo mano de guagua que quiere tener todo. O es que realmente me he vuelto optimista-conformista. Las relaciones son tan frías. Me gustaría zamarrear a un montón de gente, incluyéndome, e impulsarlos a que se acepten a sí mismos, que sean sinceros consigo mismo y que no olviden nunca ni en el pasado ni el presente a la gente que estuvo con ellos.

El sinsentido de todos los días me violenta y apena tanto como me divierte y me alegra. Amistad, compañía y calor, eso soy!